Los padres pueden odiar estos medios,
pero están aquí para quedarse
pero están aquí para quedarse
Este artículo fue publicado en la sección especial de reportes de la edición impresa bajo el título "Primal screens"
Edición impresa | Reporte especial
03 de enero del 2019
“Apaga los medios, enciende la vida” urge el video promocional del Centro de Educación para la Prevención de la Adicción a Internet Nori Media de Corea del Sur, una organización financiada por una mezcla de dinero público y privado. A su gerente, Kwon Jang-hee, le apasiona proteger a los niños de los efectos nocivos del Intervet, y sobre todo, de los teléfonos inteligentes, los que considera como los más dañinos de todos debido a su omnipresencia. Los padres no entienden lo peligroso que es el internet, dice Kwon Jang-hee, y señala un estudio realizado por la Universidad Nacional de Seúl que detectó similitudes entre la actividad cerebral de los adictos a la cocaína y los entusiastas de los juegos de computadora. Si de él dependiese, los jóvenes tendrían que esperar a graduarse de la escuela secundaria para poder usar sus teléfonos inteligentes.
En una de las sociedades más conectadas del mundo, hay pocas posibilidades de que él cumpla si deseo, pero muchos padres surcoreanos están de acuerdo en que sus hijos experimentan una sobredosis de las pantallas. Una encuesta reciente del gobierno sobre los teléfonos inteligentes y la addición a internet puso niños de tres a nueve años en alto riesgo de adicción al 1,2% y la de los adolescentes al 3,5%. Puede que no parezca mucho, pero cuando sucede, los efectos pueden ser devastadores. Algunos de estos niños están en sus teléfonos por lo menos ocho horas al día, y pierden interés en la vida fuera de línea. Al intentar y fallar en desenganchar a los niños de sus dispositivos, sus padres desesperados acuden al gobierno, que ofrece diversos tipos de asesoramiento, terapia y en casos extremos, campamentos de recuperación.
Hong Hyun-joo, quién trabaja en el programa de campo de entrenamiento para el gobierno regional de Gyeonggi, la provincia más poblada de Corea del Sur, dice que los niños sometidos al tratamiento generalmente tienen entre 14 y 16 años, con casi la misma cantidad de niños y niñas. Ellos entregan sus teléfonos inteligentes cuando llegan al campamento de entrenamiento y pasan 12 días viviendo en dormitorios, comiendo comidas regulares y practicando mucho deporte y actividades grupales. El objetivo es aumentar su autoestima y hacer que hagan amigos. En su mayoría, los niños comienzan el campo de entrenamiento malhumorados, pero gradualmente se vuelven más cooperativos. La tasa de “curación” aclamada (lo que significa un retorno a un uso más normal) es del 70-75%. Pero los campamentos solo pueden atender a unos pocos cientos de niños al año, no lo suficiente para satisfacer la demanda. Eso costaría mucho más dinero.
Se cree que Corea del Sur tiene la tasa más alta de uso problemático de internet entre niños y adultos, pero también aumenta la preocupación por el creciento uso que hacen los niños de los medios digitales en Occidente, especialmente en los Estados Unidos. En el 2015, el último año para el que se dispone de cifras comparables a nivel internacional, nueve de cada diez jóvenes de 15 años a lo largo de la OCDE tenían acceso a un teléfono inteligente. Ellos pasaron un promedio de 18 horas y media a la semana en línea, casi cinco horas más que en el 2012, por lo que es probable que la cifra sea aún mayor ahora. Alrededor del 16% de estos niños eran usuarios extremos, definidos como aquellos que pasan más de seis horas al día en línea. La cantidad de niños que no usaban internet era muy pequeña.
Bebés de ojos cuadrados
Además los niños comienzan a usar dispositivos digitales cuando son cada vez más jóvenes. En Alemania, el 67% de los niños de 10 a 11 años ya tienen sus propios teléfonos inteligentes, esto aumenta hasta un 88% para los niños de 12 a 13 años, según Bitkom, una asociación industrial. En Gran Bretaña, el 83% de los niños de 11 a 12 años y el 96% de los de 13 a 14 años tienen sus propios teléfonos, dice Childwise, un equipo de investigación. ¿Qué hacen estos niños en sus teléfonos inteligentes? “Cosas”, dice John, un niño de 12 años que vive en el norte de Londres. Eso significa enviar mensajes y hablar con sus amigos, ver videoclips, jugar juegos de computadora e ir a Snapchat e Instagram. Su hermana de diez años todavía no tiene un teléfono inteligente, pero usa un iPad con acceso a internet. Sus padres racionan el tiempo de pantalla de los niños (como lo hace la gran mayoría de los padres), pero a vecs hay espacio para la negociación.
Los infantes y niños pequeños utilizan dispositivos digitales como tabletas cuando apenas pueden hablar, mucho menos leer y escribir. La Academia Americana de Pediatría solía aconsejar a los padres de mantener a los niños menores de dos años alejados de las pantallas, pero ahora dice que el video chat es aceptable incluso para los más pequeños. Para los niños de dos a cinco años, una programación diaria de una hora de alta calidad está bien. Algunos expertos piensan que todavía se está siendo demasiado conservador.
Las opiniones sobre los efectos de los hábitos de los niños en los medios digitales están profundamente polarizadas. En un extremo, Jean Twenge, un profesor de psicología en la Universidad Estatal de San Diego, lo dice todo con el título de su más reciente libro, “iGen: ¿Por qué los niños superconectados de hoy están creciendo menos rebeldes, más tolerantes, menos felices y completamente no preparados para la edad adulta, y lo que eso significa para el resto de nosotros”. El teléfono inteligente, argumenta, ha cambiado radicalmente las vidas de la generación de niños estadounidenses nacidos entre 1995 y 2012, donde sea que vivan y cualquiera sea su origen. Ella piensa que el uso excesivo de internet y las redes sociales los hacen sentirse solos y deprimidos y representa graves riesgos para su salud física y en particular para su salud mental, a veces hasta el punto de llevarlos al suicidio.
Otros señalan que se emitieron advertencias similares cuando la televisión comenzó a difundirse en la segunda mitad del siglo XX. En ese momento se creía que si los niños pasaban largas horas mirando la TV todos los días, se volverían tontos, gordos y perezosos. Ahora ver televisión juntos es una actividad familar valiosa para padres e hijos. Cuando las tecnologías como la radio, la palabra escrita o los libros impresos eran nuevos, para empezar, también se demonizaban.
Algunos de los riesgos relacionados con el uso de internet apenas han comenzado a ser considerados. Por ejemplo, los niños ya están generando grandes cantidades de datos, comenzando cuando están todavía en el útero mientras sus padres ponen en línea el primer escaneo del bebé, y continúan a través de múltiples canales a medida que el niño se registra constantemente interactuando con dispositivos y programas. Estos datos nunca pueden ser retirados. Estarán disponibles para terceros y no se sabe como serán utilizados. Los efectos pueden no ser claros hasta muchos años después del evento, dice Monica Bulger de Data & Society, una organización de investigación que estudia el impacto social y cultural de las tecnologías basadas en datos pesados.
Su fundadora, Danah Boyd, en un libro titulado “Es complicado: las vidas sociales de los adolescentes en la red”, admite que pasar demasiado tiempo en línea puede ser perjudicial para los adolescentes, aunque solo sea porque deja menos tiempo para otras actividades. Pero también argumenta que dado que la mayoría de los jóvenes en estos días tienen menos oportunidades y menos tiempo para salir y ver a sus amigos, ellos necesitan algún otro lugar para hablar entre ellos en privado. El internet les ofrece un foro de este tipo. Ciertamente los propios jóvenes parecen apreciarlo. A través de la OCDE, el 84% de los jóvenes de 15 años dicen que las redes sociales en línea son muy útiles y más de la mitad se sienten mal si no pueden conectarse.
Daniel Kardefelt-Winther, de la oficina de investigación Innocenti de Unicef, la agencia de niños de las Naciones Unidas, examinó todas las pruebas que pudo encontrar sobre cómo el uso de la tecnología digital por parte de los niños afectó su bienestar mental, sus relaciones sociales y su actividad física, además encontró menos causa de alarma de lo que a menudo se sugiere. La mayoría de los estudios que examinó parecen mostrar que la tecnología ayuda a los niños a mantenerse en contacto con sus amigos y crear nuevos. En la década de los 90 y principios de la década de los 2000, cuando el internet era relativamente nuevo, esos beneficios parecían menos claros porque parecían aislar a las personas, pero ahora que casi todo el mundo está en línea, se ha convertido en un lugar ocupado y sociable.
Es difícil medir el tiempo que mirando a las pantallas afecta la salud de los niños. Aunque claramente reduce la actividad física, lo que puede ser perjudicial para su bienestar general y puede causar aumento de peso, la dirección causal no está clara. Puede ser que los niños aumenten de peso porque comen mucha comida que no es saludable, tal vez provocada por publicidad que han visto en una pantalla u otra y como resultado se vuelven menos activos.
La relación entre el uso de la tecnología digital y la salud mental de los niños, en términos generales, parece tener forma de u. Los investigadores han encontrado que el uso moderado es beneficioso, mientras que el no uso en absoluto, o el uso extremo pueden ser perjudiciales. Pero en cualquier caso, los efectos son muy pequeños y los niños generalmente se muestran sorprendentemente resistentes a niveles moderados o incluso altos de tiempo de pantalla. Aunque hay ejemplos claros de uso excesivo, términos como “adicción” o “uso compulsivo” pueden ser exagerados. No hay evidencia real de que pasar demasiado tiempo en línea afecte gravemente la vida del usuario a largo plazo, como lo hace a menudo el abuso de drogas.
No hay tiempo para dormir
Esto no quiere decir que no hay tiempo para preocuparse. Los problemas de salud mental representan la mayor carga de enfermedad entre los jóvenes. Un estudio a través de diez países de la OCDE mostró que una cuarta parte de los jóvenes tenían un transtorno mental. Incluso una pequeña adición a esa acción sería algo malo. Y los grandes usuarios de las redes sociales y los videojuegos sufren a menudo de falta de sueño, que parece estar asociada con la ansiedad y la depresión. Pero, nuevamente no queda claro cuál es la causa y cuál es el efecto.
El acoso cibernético también es cada vez más frecuente, aunque afecta directamente a una proporción relativamente pequeña de niños y los expertos piensan que generalmente es menos dañino que el acoso físico. Y la gente en las redes sociales intenta hacer que sus vidas parezcan más glamorosas de lo que realmente son, lo que puede hacer que los niños se sientan excluidos.
Sonia Livingstone, profesora de psicología social en la School of Economics de Londres, ha pasado décadas estudiando la relación entre los niños, los medios de comunicación e internet. Ella concluye que las pantallas a menudo son consideradas responsables de las ansiedades más amplias de los padres que viven en un ambiente de alto estrés, sin mucha evidencia de que hagan un gran daño. Lo que más le preocupa es que las pantallas se están convirtiendo en parte del arsenal de la clase media para perpetuar la ventaja social con niños de hogares acomodados inscritos en clases privadas para aprender habilidades como “¿Cómo ser un Youtuber?”, que los padres más pobres no pueden pagar. Esto hace eco de las preocupaciones en todo el Atlántico acerca de que la crianza de los niños se convierta en un nuevo campo de batalla para la guerra de clases.
Es difícil ser categórico sobre el uso de la pantalla. Lo que es bueno para un niño de una edad en particular, puede ser malo para otro de una edad diferente. Pero está claro que, particularmente para los niños más pequeños, ayuda si los padres están comprometidos. Ver un video juntos o buscar algo en línea y hablar sobre eso no es tan diferente de leer un libro juntos. El problema es que a los niños les puede parecer difícil obtener la atención de sus padres en estos días porque ellos también están siempre en sus teléfonos inteligentes.
Digital media
How children interact with digital mediaOriginal Version
Parents may loathe them, but they are here to stay
Hong Hyun-joo, who works on the boot-camp programme for the regional government of Gyeonggi, South Korea’s most populous province, says the kids undergoing the treatment are usually aged 14-16, with about the same number of boys and girls. They hand in their smartphones when they arrive at the boot camp and spend 12 days living in dormitories, eating regular meals and engaging in lots of sport and group activities. The aim is to increase their self-esteem and get them to make friends. They mostly start off sullen but gradually become more co-operative. The claimed “cure” rate (meaning a return to more normal usage) is 70-75%. But the camps can take only a few hundred children a year, not remotely enough to meet demand. That would take a lot more money.
South Korea is thought to have the world’s highest rate of problematic internet use among both children and adults, but concern about children’s growing use of digital media in the West is also rising, especially in America. In 2015, the latest year for which internationally comparable figures are available, nine out of ten 15-year-olds across the oecd had access to a smartphone. They spent an average of 18½ hours a week online, nearly five hours more than in 2012, so the figure is probably even higher now. About 16% of these kids were extreme users, defined as spending more than six hours a day online. The number of children who did not use the internet at all was vanishingly small.
Square-eyed babies
Moreover, children are starting on digital devices at ever younger ages. In Germany 67% of 10- to 11-year-olds already have their own smartphones, rising to 88% for 12- to 13-year-olds, according to Bitkom, an industry association. In Britain 83% of 11- to 12-year-olds and 96% of 13- to 14-year-olds have their own phones, says Childwise, a research outfit. What do these kids do on their smartphones? “Stuff,” says John, a 12-year-old living in north London. That turns out to mean sending messages and talking to his friends, watching video clips, playing computer games and going on Snapchat and Instagram. His ten-year-old sister does not have a smartphone yet, but uses an internet-enabled iPad. Their parents ration the children’s screen time (as the vast majority of parents do), but sometimes there is room for negotiation.
Infants and toddlers use digital devices such as tablets when they can barely speak, let alone read and write. The American Academy of Paediatrics used to advise parents to keep children under two away from screens altogether, but now says that video chatting is acceptable even for the very young. For two- to five-year-olds, it reckons, an hour a day of high-quality programming is fine. Some experts think it is still being way too conservative.
Opinions on the effects of children’s digital-media habits are deeply polarised. At one extreme, Jean Twenge, a psychology professor at San Diego State University, says it all with the title of her recent book, “iGen: Why Today’s Super-Connected Kids are Growing up Less Rebellious, More Tolerant, Less Happy—and Completely Unprepared for Adulthood—and What That Means for the Rest of Us”. The smartphone, she argues, has radically changed the lives of the generation of American children born between 1995 and 2012, wherever they live and whatever their background. She thinks excessive use of the internet and social media makes them lonely and depressed and poses serious risks to their physical and particularly their mental health, sometimes to the point of driving them to suicide.
Others note that similar warnings were sounded when television started to spread in the second half of the 20th century. At the time it was widely believed that if children spent long hours watching it every day, they would become dumb, fat and lazy. Now watching tvtogether is seen as a valuable family activity for parents and children. When technologies such as the radio, the written word or printed books were new, they were also demonised to begin with.
Some of the risks attached to internet use have barely started to be considered. For example, children are already generating large amounts of data, beginning when they are still in the womb as their parents put the first scan of the baby online, and continuing across multiple channels as the child is constantly recorded interacting with devices and programmes. These data can never be retracted. They will be available to third parties and there is no telling how they will be used. The effects may not become clear until many years after the event, says Monica Bulger of Data & Society, a research organisation that studies the social and cultural impact of data-heavy technologies.
Its founder, Danah Boyd, in a book called “It’s Complicated: The Social Lives of Networked Teens”, concedes that spending too much time online can be bad for adolescents, if only because it leaves less time for other activities. But she also argues that since most young people these days have fewer opportunities and less time to get out and see their friends, they need somewhere else to talk among themselves in private. The internet offers them such a forum. Certainly the youngsters themselves seem to appreciate it. Across the oecd, 84% of 15-year-olds say they find social networks online very useful, and more than half of them feel bad if they cannot get online.
Daniel Kardefelt-Winther of the Innocenti research office of Unicef, the United Nations’ children’s agency, looked at all the evidence he could find on how children’s use of digital technology affected their mental well-being, their social relationships and their physical activity, and found less cause for alarm than is often suggested. Most of the studies he examined seem to show that the technology helps children stay in touch with their friends and make new ones. In the 1990s and early 2000s, when the internet was relatively new, such benefits seemed less clear because it seemed to isolate people, but now that almost everybody is online, it has become a busy and sociable place.
What spending so much time looking at screens does to children’s health is hard to gauge. Although it clearly reduces physical activity, which may be bad for their general well-being and cause weight gain, the causal direction is not clear. It may be that children put on weight because they eat too much unhealthy food, perhaps egged on by advertising they have seen on some screen or other, and become less active as a result.
The relationship between the use of digital technology and children’s mental health, broadly speaking, appears to be u-shaped. Researchers have found that moderate use is beneficial, whereas either no use at all or extreme use could be harmful. But in either case the effects are very small, and children generally prove surprisingly resilient to moderate or even high levels of screen time. Although there are clear instances of overuse, terms like “addiction” or “compulsive use” may be overblown. There is no real evidence that spending too much time online severely impairs the user’s life in the longer term, as drug abuse often does.
No time to sleep
This is not to say that there is no need for concern. Mental-health problems represent the largest burden of disease among young people. One study across ten oecd countries found that a quarter of all young people had a mental disorder. Even a small addition to that share would be a bad thing. And heavy users of social media and video games often suffer from sleep deprivation, which seems to be associated with anxiety and depression. But again it is not clear which is the cause and which the effect.
Cyberbullying is also becoming more prevalent, though it directly affects a relatively small proportion of children, and experts think it is generally less damaging than the physical kind. And people on social media try to make their lives seem more glamorous than they really are, which can make children feel left out.
Sonia Livingstone, a professor of social psychology at the London School of Economics, has spent decades looking at the relationship between children, media and the internet. She concludes that screens are often held responsible for the broader anxieties of parents living in a high-stress environment, without much evidence that they do great harm. What worries her more is that screens are becoming part of the middle-class armoury for perpetuating social advantage, with children from well-off homes being enrolled in private classes to learn skills like “How to be a YouTuber”, which poorer parents cannot afford. That echoes concerns across the Atlantic about child-rearing becoming a new battleground for class warfare.
It is hard to be categorical about screen use. What is good for one child of a particular age may be bad for another one of a different age. But it is clear that, particularly for younger children, it helps if parents are engaged. Watching a video together or looking something up online and talking about it is not that different from reading a book together. The trouble is that children can find it hard to get any attention from their parents these days because they, too, are always on their smartphones.