jueves, 31 de enero de 2019

¿Cómo interactúan los niños con los medios digitales? “Apaga los medios, enciende la vida”

Los padres pueden odiar estos medios, 
pero están aquí para quedarse

Este artículo fue publicado en la sección especial de reportes de la edición impresa bajo el título "Primal screens"

Edición impresa | Reporte especial
03 de enero del 2019


“Apaga los medios, enciende la vida” urge el video promocional del Centro de Educación para la Prevención de la Adicción a Internet Nori Media de Corea del Sur, una organización financiada por una mezcla de dinero público y privado. A su gerente, Kwon Jang-hee, le apasiona proteger a los niños de los efectos nocivos del Intervet, y sobre todo, de los teléfonos inteligentes, los que considera como los más dañinos de todos debido a su omnipresencia. Los padres no entienden lo peligroso que es el internet, dice Kwon Jang-hee, y señala un estudio realizado por la Universidad Nacional de Seúl que detectó similitudes entre la actividad cerebral de los adictos a la cocaína y los entusiastas de los juegos de computadora. Si de él dependiese, los jóvenes tendrían que esperar a graduarse de la escuela secundaria para poder usar sus teléfonos inteligentes.

En una de las sociedades más conectadas del mundo, hay pocas posibilidades de que él cumpla si deseo, pero muchos padres surcoreanos están de acuerdo en que sus hijos experimentan una sobredosis de las pantallas. Una encuesta reciente del gobierno sobre los teléfonos inteligentes y la addición a internet puso niños de tres a nueve años en alto riesgo de adicción al 1,2% y la de los adolescentes al 3,5%. Puede que no parezca mucho, pero cuando sucede, los efectos pueden ser devastadores. Algunos de estos niños están en sus teléfonos por lo menos ocho horas al día, y pierden interés en la vida fuera de línea. Al intentar y fallar en desenganchar a los niños de sus dispositivos, sus padres desesperados acuden al gobierno, que ofrece diversos tipos de asesoramiento, terapia y en casos extremos, campamentos de recuperación.

Hong Hyun-joo, quién trabaja en el programa de campo de entrenamiento para el gobierno regional de Gyeonggi, la provincia más poblada de Corea del Sur, dice que los niños sometidos al tratamiento generalmente tienen entre 14 y 16 años, con casi la misma cantidad de niños y niñas. Ellos entregan sus teléfonos inteligentes cuando llegan al campamento de entrenamiento y pasan 12 días viviendo en dormitorios, comiendo comidas regulares y practicando mucho deporte y actividades grupales. El objetivo es aumentar su autoestima y hacer que hagan amigos. En su mayoría, los niños comienzan el campo de entrenamiento malhumorados, pero gradualmente se vuelven más cooperativos. La tasa de “curación” aclamada (lo que significa un retorno a un uso más normal) es del 70-75%. Pero los campamentos solo pueden atender a unos pocos cientos de niños al año, no lo suficiente para satisfacer la demanda. Eso costaría mucho más dinero.

Se cree que Corea del Sur tiene la tasa más alta de uso problemático de internet entre niños y adultos, pero también aumenta la preocupación por el creciento uso que hacen los niños de los medios digitales en Occidente, especialmente en los Estados Unidos. En el 2015, el último año para el que se dispone de cifras comparables a nivel internacional, nueve de cada diez jóvenes de 15 años a lo largo de la OCDE tenían acceso a un teléfono inteligente. Ellos pasaron un promedio de 18 horas y media a la semana en línea, casi cinco horas más que en el 2012, por lo que es probable que la cifra sea aún mayor ahora. Alrededor del 16% de estos niños eran usuarios extremos, definidos como aquellos que pasan más de seis horas al día en línea. La cantidad de niños que no usaban internet era muy pequeña.


Bebés de ojos cuadrados
Además los niños comienzan a usar dispositivos digitales cuando son cada vez más jóvenes. En Alemania, el 67% de los niños de 10 a 11 años ya tienen sus propios teléfonos inteligentes, esto aumenta hasta un 88% para los niños de 12 a 13 años, según Bitkom, una asociación industrial. En Gran Bretaña, el 83% de los niños de 11 a 12 años y el 96% de los de 13 a 14 años tienen sus propios teléfonos, dice Childwise, un equipo de investigación. ¿Qué hacen estos niños en sus teléfonos inteligentes? “Cosas”, dice John, un niño de 12 años que vive en el norte de Londres. Eso significa enviar mensajes y hablar con sus amigos, ver videoclips, jugar juegos de computadora e ir a Snapchat e Instagram. Su hermana de diez años todavía no tiene un teléfono inteligente, pero usa un iPad con acceso a internet. Sus padres racionan el tiempo de pantalla de los niños (como lo hace la gran mayoría de los padres), pero a vecs hay espacio para la negociación.

Los infantes y niños pequeños utilizan dispositivos digitales como tabletas cuando apenas pueden hablar, mucho menos leer y escribir. La Academia Americana de Pediatría solía aconsejar a los padres de mantener a los niños menores de dos años alejados de las pantallas, pero ahora dice que el video chat es aceptable incluso para los más pequeños. Para los niños de dos a cinco años, una programación diaria de una hora de alta calidad está bien. Algunos expertos piensan que todavía se está siendo demasiado conservador.

Las opiniones sobre los efectos de los hábitos de los niños en los medios digitales están profundamente polarizadas. En un extremo, Jean Twenge, un profesor de psicología en la Universidad Estatal de San Diego, lo dice todo con el título de su más reciente libro, “iGen: ¿Por qué los niños superconectados de hoy están creciendo menos rebeldes, más tolerantes, menos felices y completamente no preparados para la edad adulta, y lo que eso significa para el resto de nosotros”. El teléfono inteligente, argumenta, ha cambiado radicalmente las vidas de la generación de niños estadounidenses nacidos entre 1995 y 2012, donde sea que vivan y cualquiera sea su origen. Ella piensa que el uso excesivo de internet y las redes sociales los hacen sentirse solos y deprimidos y representa graves riesgos para su salud física y en particular para su salud mental, a veces hasta el punto de llevarlos al suicidio.

Otros señalan que se emitieron advertencias similares cuando la televisión comenzó a difundirse en la segunda mitad del siglo XX. En ese momento se creía que si los niños pasaban largas horas mirando la TV todos los días, se volverían tontos, gordos y perezosos. Ahora ver televisión juntos es una actividad familar valiosa para padres e hijos. Cuando las tecnologías como la radio, la palabra escrita o los libros impresos eran nuevos, para empezar, también se demonizaban.


Algunos de los riesgos relacionados con el uso de internet apenas han comenzado a ser considerados. Por ejemplo, los niños ya están generando grandes cantidades de datos, comenzando cuando están todavía en el útero mientras sus padres ponen en línea el primer escaneo del bebé, y continúan a través de múltiples canales a medida que el niño se registra constantemente interactuando con dispositivos y programas. Estos datos nunca pueden ser retirados. Estarán disponibles para terceros y no se sabe como serán utilizados. Los efectos pueden no ser claros hasta muchos años después del evento, dice Monica Bulger de Data & Society, una organización de investigación que estudia el impacto social y cultural de las tecnologías basadas en datos pesados.

Su fundadora, Danah Boyd, en un libro titulado “Es complicado: las vidas sociales de los adolescentes en la red”, admite que pasar demasiado tiempo en línea puede ser perjudicial para los adolescentes, aunque solo sea porque deja menos tiempo para otras actividades. Pero también argumenta que dado que la mayoría de los jóvenes en estos días tienen menos oportunidades y menos tiempo para salir y ver a sus amigos, ellos necesitan algún otro lugar para hablar entre ellos en privado. El internet les ofrece un foro de este tipo. Ciertamente los propios jóvenes parecen apreciarlo. A través de la OCDE, el 84% de los jóvenes de 15 años dicen que las redes sociales en línea son muy útiles y más de la mitad se sienten mal si no pueden conectarse.

Daniel Kardefelt-Winther, de la oficina de investigación Innocenti de Unicef, la agencia de niños de las Naciones Unidas, examinó todas las pruebas que pudo encontrar sobre cómo el uso de la tecnología digital por parte de los niños afectó su bienestar mental, sus relaciones sociales y su actividad física, además encontró menos causa de alarma de lo que a menudo se sugiere. La mayoría de los estudios que examinó parecen mostrar que la tecnología ayuda a los niños a mantenerse en contacto con sus amigos y crear nuevos. En la década de los 90 y principios de la década de los 2000, cuando el internet era relativamente nuevo, esos beneficios parecían menos claros porque parecían aislar a las personas, pero ahora que casi todo el mundo está en línea, se ha convertido en un lugar ocupado y sociable.

Es difícil medir el tiempo que mirando a las pantallas afecta la salud de los niños. Aunque claramente reduce la actividad física, lo que puede ser perjudicial para su bienestar general y puede causar aumento de peso, la dirección causal no está clara. Puede ser que los niños aumenten de peso porque comen mucha comida que no es saludable, tal vez provocada por publicidad que han visto en una pantalla u otra y como resultado se vuelven menos activos.

La relación entre el uso de la tecnología digital y la salud mental de los niños, en términos generales, parece tener forma de u. Los investigadores han encontrado que el uso moderado es beneficioso, mientras que el no uso en absoluto, o el uso extremo pueden ser perjudiciales. Pero en cualquier caso, los efectos son muy pequeños y los niños generalmente se muestran sorprendentemente resistentes a niveles moderados o incluso altos de tiempo de pantalla. Aunque hay ejemplos claros de uso excesivo, términos como “adicción” o “uso compulsivo” pueden ser exagerados. No hay evidencia real de que pasar demasiado tiempo en línea afecte gravemente la vida del usuario a largo plazo, como lo hace a menudo el abuso de drogas.

No hay tiempo para dormir
Esto no quiere decir que no hay tiempo para preocuparse. Los problemas de salud mental representan la mayor carga de enfermedad entre los jóvenes. Un estudio a través de diez países de la OCDE mostró que una cuarta parte de los jóvenes tenían un transtorno mental. Incluso una pequeña adición a esa acción sería algo malo. Y los grandes usuarios de las redes sociales y los videojuegos sufren a menudo de falta de sueño, que parece estar asociada con la ansiedad y la depresión. Pero, nuevamente no queda claro cuál es la causa y cuál es el efecto.


El acoso cibernético también es cada vez más frecuente, aunque afecta directamente a una proporción relativamente pequeña de niños y los expertos piensan que generalmente es menos dañino que el acoso físico. Y la gente en las redes sociales intenta hacer que sus vidas parezcan más glamorosas de lo que realmente son, lo que puede hacer que los niños se sientan excluidos.

Sonia Livingstone, profesora de psicología social en la School of Economics de Londres, ha pasado décadas estudiando la relación entre los niños, los medios de comunicación e internet. Ella concluye que las pantallas a menudo son consideradas responsables de las ansiedades más amplias de los padres que viven en un ambiente de alto estrés, sin mucha evidencia de que hagan un gran daño. Lo que más le preocupa es que las pantallas se están convirtiendo en parte del arsenal de la clase media para perpetuar la ventaja social con niños de hogares acomodados inscritos en clases privadas para aprender habilidades como “¿Cómo ser un Youtuber?”, que los padres más pobres no pueden pagar. Esto hace eco de las preocupaciones en todo el Atlántico acerca de que la crianza de los niños se convierta en un nuevo campo de batalla para la guerra de clases.

Es difícil ser categórico sobre el uso de la pantalla. Lo que es bueno para un niño de una edad en particular, puede ser malo para otro de una edad diferente. Pero está claro que, particularmente para los niños más pequeños, ayuda si los padres están comprometidos. Ver un video juntos o buscar algo en línea y hablar sobre eso no es tan diferente de leer un libro juntos. El problema es que a los niños les puede parecer difícil obtener la atención de sus padres en estos días porque ellos también están siempre en sus teléfonos inteligentes.

Digital media

How children interact with digital mediaOriginal Version


Parents may loathe them, but they are here to stay
Hong Hyun-joo, who works on the boot-camp programme for the regional government of Gyeonggi, South Korea’s most populous province, says the kids undergoing the treatment are usually aged 14-16, with about the same number of boys and girls. They hand in their smartphones when they arrive at the boot camp and spend 12 days living in dormitories, eating regular meals and engaging in lots of sport and group activities. The aim is to increase their self-esteem and get them to make friends. They mostly start off sullen but gradually become more co-operative. The claimed “cure” rate (meaning a return to more normal usage) is 70-75%. But the camps can take only a few hundred children a year, not remotely enough to meet demand. That would take a lot more money.

South Korea is thought to have the world’s highest rate of problematic internet use among both children and adults, but concern about children’s growing use of digital media in the West is also rising, especially in America. In 2015, the latest year for which internationally comparable figures are available, nine out of ten 15-year-olds across the oecd had access to a smartphone. They spent an average of 18½ hours a week online, nearly five hours more than in 2012, so the figure is probably even higher now. About 16% of these kids were extreme users, defined as spending more than six hours a day online. The number of children who did not use the internet at all was vanishingly small.

Square-eyed babies

Moreover, children are starting on digital devices at ever younger ages. In Germany 67% of 10- to 11-year-olds already have their own smartphones, rising to 88% for 12- to 13-year-olds, according to Bitkom, an industry association. In Britain 83% of 11- to 12-year-olds and 96% of 13- to 14-year-olds have their own phones, says Childwise, a research outfit. What do these kids do on their smartphones? “Stuff,” says John, a 12-year-old living in north London. That turns out to mean sending messages and talking to his friends, watching video clips, playing computer games and going on Snapchat and Instagram. His ten-year-old sister does not have a smartphone yet, but uses an internet-enabled iPad. Their parents ration the children’s screen time (as the vast majority of parents do), but sometimes there is room for negotiation.

Infants and toddlers use digital devices such as tablets when they can barely speak, let alone read and write. The American Academy of Paediatrics used to advise parents to keep children under two away from screens altogether, but now says that video chatting is acceptable even for the very young. For two- to five-year-olds, it reckons, an hour a day of high-quality programming is fine. Some experts think it is still being way too conservative.

Opinions on the effects of children’s digital-media habits are deeply polarised. At one extreme, Jean Twenge, a psychology professor at San Diego State University, says it all with the title of her recent book, “iGen: Why Today’s Super-Connected Kids are Growing up Less Rebellious, More Tolerant, Less Happy—and Completely Unprepared for Adulthood—and What That Means for the Rest of Us”. The smartphone, she argues, has radically changed the lives of the generation of American children born between 1995 and 2012, wherever they live and whatever their background. She thinks excessive use of the internet and social media makes them lonely and depressed and poses serious risks to their physical and particularly their mental health, sometimes to the point of driving them to suicide.

Others note that similar warnings were sounded when television started to spread in the second half of the 20th century. At the time it was widely believed that if children spent long hours watching it every day, they would become dumb, fat and lazy. Now watching tvtogether is seen as a valuable family activity for parents and children. When technologies such as the radio, the written word or printed books were new, they were also demonised to begin with.






Some of the risks attached to internet use have barely started to be considered. For example, children are already generating large amounts of data, beginning when they are still in the womb as their parents put the first scan of the baby online, and continuing across multiple channels as the child is constantly recorded interacting with devices and programmes. These data can never be retracted. They will be available to third parties and there is no telling how they will be used. The effects may not become clear until many years after the event, says Monica Bulger of Data & Society, a research organisation that studies the social and cultural impact of data-heavy technologies.

Its founder, Danah Boyd, in a book called “It’s Complicated: The Social Lives of Networked Teens”, concedes that spending too much time online can be bad for adolescents, if only because it leaves less time for other activities. But she also argues that since most young people these days have fewer opportunities and less time to get out and see their friends, they need somewhere else to talk among themselves in private. The internet offers them such a forum. Certainly the youngsters themselves seem to appreciate it. Across the oecd, 84% of 15-year-olds say they find social networks online very useful, and more than half of them feel bad if they cannot get online.

Daniel Kardefelt-Winther of the Innocenti research office of Unicef, the United Nations’ children’s agency, looked at all the evidence he could find on how children’s use of digital technology affected their mental well-being, their social relationships and their physical activity, and found less cause for alarm than is often suggested. Most of the studies he examined seem to show that the technology helps children stay in touch with their friends and make new ones. In the 1990s and early 2000s, when the internet was relatively new, such benefits seemed less clear because it seemed to isolate people, but now that almost everybody is online, it has become a busy and sociable place.

What spending so much time looking at screens does to children’s health is hard to gauge. Although it clearly reduces physical activity, which may be bad for their general well-being and cause weight gain, the causal direction is not clear. It may be that children put on weight because they eat too much unhealthy food, perhaps egged on by advertising they have seen on some screen or other, and become less active as a result.

The relationship between the use of digital technology and children’s mental health, broadly speaking, appears to be u-shaped. Researchers have found that moderate use is beneficial, whereas either no use at all or extreme use could be harmful. But in either case the effects are very small, and children generally prove surprisingly resilient to moderate or even high levels of screen time. Although there are clear instances of overuse, terms like “addiction” or “compulsive use” may be overblown. There is no real evidence that spending too much time online severely impairs the user’s life in the longer term, as drug abuse often does.

No time to sleep

This is not to say that there is no need for concern. Mental-health problems represent the largest burden of disease among young people. One study across ten oecd countries found that a quarter of all young people had a mental disorder. Even a small addition to that share would be a bad thing. And heavy users of social media and video games often suffer from sleep deprivation, which seems to be associated with anxiety and depression. But again it is not clear which is the cause and which the effect.

Cyberbullying is also becoming more prevalent, though it directly affects a relatively small proportion of children, and experts think it is generally less damaging than the physical kind. And people on social media try to make their lives seem more glamorous than they really are, which can make children feel left out.

Sonia Livingstone, a professor of social psychology at the London School of Economics, has spent decades looking at the relationship between children, media and the internet. She concludes that screens are often held responsible for the broader anxieties of parents living in a high-stress environment, without much evidence that they do great harm. What worries her more is that screens are becoming part of the middle-class armoury for perpetuating social advantage, with children from well-off homes being enrolled in private classes to learn skills like “How to be a YouTuber”, which poorer parents cannot afford. That echoes concerns across the Atlantic about child-rearing becoming a new battleground for class warfare.

It is hard to be categorical about screen use. What is good for one child of a particular age may be bad for another one of a different age. But it is clear that, particularly for younger children, it helps if parents are engaged. Watching a video together or looking something up online and talking about it is not that different from reading a book together. The trouble is that children can find it hard to get any attention from their parents these days because they, too, are always on their smartphones.

sábado, 29 de diciembre de 2018

Conmemoramos a los ganadores del IX FICAIJ 2018 / We celebrate the winners of the IX FICAIJ 2018

Año tras año somos testigos de obras audiovisuales (Cine, TV, web) que nos enamoran, nos hacen reír o nos ayudan a reflexionar junto a nuestros niños y jóvenes sobre diversos temas. El 2018 no fue la excepción, ya que nos dejó una excelente selección de trabajos audiovisuales, cortos y largos  que fueron evaluados por nuestro jurado infantil, adolescente y adulto. 

De todos ellos queremos recordarles hoy los nombres de los ganadores del FICAIJ 2018.

Mejor cortometraje animado
Premio otorgado por el jurado infantil y adulto

Mogu and Perol, Japón

Mejor cortometraje animado
Premio otorgado por el jurado adolescente

Mejor cortometraje documental
Premio otorgado por el jurado infantil, adolescente y adulto 


2 Brothers, Países Bajos


Mejor cortometraje de ficción
Premio otorgado por el jurado adolescente
Mejor cortometraje de ficción
Premio otorgado por el jurado adulto

Genji, Países Bajos

Mejor largometraje de ficción
Premio otorgado por el jurado adulto
Gracias a todos por ser parte de nuestra #OndaFICAIJ


English version
Year after year we witness audiovisual works (Cinema, TV, web) that make us fall in love, make us laugh or help us reflect together with our children and young people on various topics. 2018 also left us an excellent audiovisual selection, shorts and feature films that were evaluated by our jury composed by children, adolescents and adults.

Of all of them we want to remind you today the names of the winners of the FICAIJ 2018: 

Best animated short film
Award granted by the children and adult jury 

Mogu and Perol, Japan

Best animated short film
Award granted by the teen jury 

Best documentary short film
Award granted by the children, teen and adult jury


2 Brothers, Netherlands


Best fiction short film
Award granted by the teen jury 
Best fiction short film
Award granted by the adult jury

Genji, Netherlands

Best fiction feature film
Award granted by the adult jury
Thanks everyone for being part of our #OndaFICAIJ

miércoles, 26 de diciembre de 2018

¿Datos? ¿Privacidad en internet? ¿Eso cómo se come?

11 estudios claves sobre los datos y la privacidad en línea
Publicado originalmente en el blog de LSE Media Policy Project
Por Rishita Nandagiri, Sonia Livingstone y Mariya Stoilova
Traducción por Angy Pérez

    Las noticias casi diarias sobre la privacidad de datos y las violaciones de datos (incluidas las que afectan a los niños) plantean cuestiones urgentes, ya que las actividades y acciones cotidianas generan datos que son registrados, rastreados, cotejados, analizados y monetizados por una serie de actores. Rishita Nandagiri, Sonia Livingstone y Mariya Stoilova discuten sus estudios sistemáticos de mapeo de evidencias sobre cómo los niños comprenden los datos y privacidad en línea, como parte de una investigación financiada por la ICO (Oficina del Comisionado de Información del Reino Unido).

     Como pioneros de la tecnología digital, los niños tienden a ser los más afectados de la era digital, topándose con riesgos antes de que muchos adultos los conozcan o sean capaces de desarrollar estrategias para reducir o abordar estos riesgos. La Recomendación del Consejo Europeo sobre los derechos del niño en el entorno digital es un avance notable en el reconocimiento de las necesidades específicas de los niños, en lo que concierne a la oferta, el diseño y la reglamentación, al igual que la reciente consulta de la ICO sobre un código de diseño apropiado para la edad (nuestra respuesta está disponible aquí).


    La definición clásica de privacidad de Alan Westin de su libro de 1967, Privacidad y Libertad, todavía funciona en el entorno digital actual:


       “El derecho de los individuos, grupos o instituciones es decidir por sí mismos cuándo,            cómo y en qué medida se comunica a los demás la información sobre ellos".


     Sin embargo, en los últimos años se han realizado numerosas investigaciones sobre la privacidad en el entorno digital, algunas de las cuales se centran específicamente en los niños. Aquí destacamos 11 estudios que hemos encontrado valiosos para comprender cómo los niños conceptualizan la privacidad, sus interacciones (a menudo frustradas y resignadas) con los entornos digitales mientras negocian la privacidad, su comprensión sobre los datos y el papel de los padres en la privacidad de los niños en línea.

La privacidad en línea depende del contexto

¿Cómo le gustaría pagar su compra hoy,
en efectivo, con crédito o
con su información personal?
1. Nissenbaum (2004) subraya que los contextos sociales y las normas informativas relativas al contexto son esenciales para la privacidad, ya que desarrollan la noción de integridad contextual. Para nuestro enfoque de los derechos del niño, es una forma valiosa de eludir la popular acusación de que los niños (tontamente) buscan o evaden ocultar información. En cambio, la aplicación de la privacidad como integridad contextual al juicio de los niños sobre lo que es apropiado compartir dentro de contextos o relaciones particulares marca un giro importante en los entornos digitales, en los que la perspectiva del niño se pasa por alto fácilmente. El trabajo de Nissenbaum influye en nuestra propia conceptualización de la privacidad de los niños en línea.


2. Kumar et al (2017) se basan en el enfoque de integridad contextual, mostrando empíricamente que los niños valoran su privacidad y esperan cierto grado de privacidad en línea, de manera que reflejen sus experiencias fuera de línea. Los niños demostraron una comprensión limitada pero razonable de la privacidad en línea, pero los niños más pequeños (de 5 a 7 años de edad) tienen lagunas de conocimiento clave. Como se sabe desde hace mucho tiempo por las teorías de desarrollo infantil, la privacidad es crucial para el desarrollo. Estos nuevos hallazgos muestran cómo las alfabetizaciones digitales de los niños se desarrollan con el aprendizaje y la exposición, pero todavía requieren apoyo por parte de los padres y los cuidadores.

El desarrollo infantil es importante en los entornos digitales
3. Chaudron et al (2018) llevaron a cabo un estudio en 21 países de Europa, explorando cómo los niños menores de ocho años se involucran con las tecnologías digitales. El primer contacto de los niños con las tecnologías y pantallas digitales comienza a una edad temprana (menos de dos años), a menudo a través de los dispositivos de sus padres. Los niños aprenden a interactuar con los dispositivos digitales observando el comportamiento de los adultos y de los niños mayores, o cuando se les invita a compartir relatos de las redes sociales familiares, desarrollando también sus habilidades a través del ensayo y el error. Sin embargo, estos niños pequeños no tenían una comprensión clara de la privacidad ni de cómo protegerla.

4. Livingstone (2014) identifica la privacidad como un elemento central de la alfabetización en medios sociales, que se desarrolla como parte del desarrollo cognitivo y social más amplio de los niños. Entre los 9 y los 11 años de edad, el intercambio de datos personales de los niños es guiado por los padres, pero entre los 11 y los 13 años, los niños experimentan más, disfrutando de "oportunidades arriesgadas" y aprendiendo a tomar decisiones sobre la confianza en línea, así como sobre las consecuencias de decisiones equivocadas. Entre los 14 y los 16 años de edad, los niños se vuelven críticos con sus prácticas de intercambio anteriores, son más independientes de la mediación de los padres y los profesores, más conscientes de las consecuencias del comportamiento en línea y más conocedores de las plataformas de navegación, las audiencias y la configuración de la privacidad para crear el equilibrio deseado entre lo público y lo privado.


Las concepciones de privacidad de los niños se centran en las relaciones interpersonales

¡Siento que te conozco tan bien,
acabo de ver tu nacimiento en vivo
en el perfil de Facebook de tu mamá!
5. Marwick y Boyd (2014) sostienen que las prácticas de los adolescentes ante públicos en la red están moldeadas por su interpretación de la situación social, sus actitudes hacia la privacidad y la publicidad, su capacidad para navegar por el entorno tecnológico y social y su desarrollo de estrategias para lograr sus objetivos de privacidad. En situaciones interpersonales, los adolescentes piensan más en qué información proteger que en qué revelar, y la revelación se considera parte de una compensación en la que pueden obtener algo: una nueva conexión, o una forma de señalar confianza. Para los adolescentes, la privacidad se entiende en su contexto: quién está presente, qué es socialmente apropiado, siendo su objetivo menos una cuestión de "esconderse" y más bien de afirmar el control.


6. Steeves y Regan (2014) coinciden en que, para los niños y los jóvenes, la privacidad está en el centro de la formación de relaciones basadas en la reciprocidad y la confianza. Por el contrario, las relaciones en línea que tienen con la escuela, los comerciantes, los posibles empleadores o los organismos encargados de hacer cumplir la ley son fundamentales, ya que no reconocen ni protegen sus nociones sociales (o relacionales) de privacidad. Las políticas de privacidad de la información y de protección de datos "no captan la importancia continua de la privacidad después de que uno consiente en la recopilación y divulgación... El consentimiento en este caso no es el consentimiento a una relación continua con una organización, sino el consentimiento a que esa organización obtenga y utilice la información para sus propios fines" (p.306). La falta de privacidad, especialmente por parte de los padres, educadores y empleadores, es resentida por los jóvenes y vista como una vigilancia, y cuando diferentes audiencias chocan en el espacio en línea, los jóvenes se sienten vulnerables.


7. Wisniewski (2018) analizó 75 aplicaciones comerciales para móviles en Android Play y descubrió que la mayoría incluyen control parental (monitorización o restricción) en lugar de mediación activa. Muchas aplicaciones también son extremadamente invasivas para la privacidad, proporcionando a los padres acceso granular para monitorear y restringir las interacciones íntimas en línea de los adolescentes con otros. Los niños evalúan las aplicaciones mucho menos positivamente que los padres y las experimentan como restrictivas e invasivas. Wisniewski desafía la expectativa de que el aumento de los controles de privacidad abordará los riesgos a los que están expuestos los adolescentes, argumentando que, si bien las prácticas restrictivas en línea reducen los riesgos de privacidad, también reducen los beneficios en línea y no enseñan a los adolescentes a protegerse eficazmente en línea.


Los niños no entienden plenamente el mundo digital que gira en torno al  "campo de los datos"
8. El Consejo Noruego del Consumidor (2018) describe cómo las empresas diseñan entornos que manipulan a los usuarios, empujándolos hacia opciones más intrusivas para la privacidad mediante el uso de "patrones oscuros", un diseño de interfaz engañoso diseñado para engañar o empujar a los usuarios a compartir más datos personales y amenazar con la pérdida de funcionalidad si no se seleccionan opciones más intrusivas para la privacidad. Tales tácticas están deliberadamente diseñadas para empujar a los usuarios a compartir más datos que se sientan cómodos compartiendo, lo que plantea serias dudas sobre el derecho de los usuarios a elegir.

Por supuesto que valoro mi privacidad,
por eso sólo comparto mi información personal
con mis 700 amigos más cercanos.
9. Kidron y Rudkin (2017) afirman que los niños que navegan por diferentes plataformas en línea, pueden verse obligados a realizar una serie de evaluaciones críticas y múltiples actos de madurez para poder utilizar una plataforma o sitio web. Consideradas en su totalidad,  todas las plataformas piden a los niños y niñas que tomen decisiones consistentemente "buenas". A pesar de que los niños de diferentes edades tienen diferentes niveles de madurez, capacidad y comprensión, estas diferencias cronológicas de desarrollo rara vez se reflejan en los servicios en línea. Algunas normas e interfaces tecnológicas resultan especialmente problemáticas: los "bucles de recompensa" o "cebado", por ejemplo, pueden interrumpirlos o distraerlos para otras tareas o actividades o provocar ansiedad en los niños que buscan afirmación. Por lo tanto, los entornos digitales deben diseñarse teniendo en cuenta los hitos de la infancia.


10.  Selwyn y Pangrazio (2018) observan que la recolección de datos ocurre sin conocimiento del usuario a través del rastreo en tiempo real a través de plataformas y ubicaciones, y luego se utiliza para crear identidades de usuario (perfiles), clasificar a los usuarios y filtrar el contenido en línea mediante algoritmos. Esto ha sido posible gracias al aumento del uso de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes. Los niños en su estudio se consideraron relativamente seguros en los medios sociales, teniendo poca conciencia de terceros y sin objeción a ser blanco de la publicidad. Sin embargo, los niños estaban preocupados por su privacidad en línea, desarrollando sus propias "tácticas de datos personales" y sin embargo llegaron a sentirse insuficientemente en control de su privacidad.


11.  Bowler y otros (2017) exploraron la alfabetización de datos de los jóvenes (11-18 años) como parte de Explorar los Mundos de Datos en la Biblioteca Pública. A la mayoría les resultaba difícil entender los datos en términos concretos y personales. La mayoría también se imagina los datos como estáticos, mantenidos en un solo lugar, aunque unos pocos los describen como dispersos dentro de una red a través de contextos digitales. Los adolescentes tenían un amplio conocimiento, en particular del comienzo y el final del ciclo de vida de los datos, pero poco conocimiento de los flujos de datos y la infraestructura. Aunque son conscientes de los problemas de seguridad relacionados con los medios de comunicación social, han dedicado poco tiempo a pensar más ampliamente en sus huellas de datos digitales o en las implicaciones para ellos mismos en el futuro.


     Estos estudios clave ofrecen una muestra de la amplitud de la investigación experimental disponible actualmente sobre la privacidad de los niños en línea y los componentes relacionados. Nuestro análisis sistemático de las pruebas (que se publicará en enero de 2019) indica cómo las diferencias entre los niños (de desarrollo, socioeconómicas, relacionadas con las habilidades y basadas en el género o la vulnerabilidad) influyen en su compromiso con la privacidad en línea. En conjunto, los resultados plantean retos importantes para la educación en alfabetización mediática, y para la regulación de la protección de datos. También muestran cómo ambos tipos de respuesta en cuanto a políticas se beneficiarían de una mayor atención a las voces de los niños y a sus experiencias, competencias y derechos heterogéneos.


     ¡Disfruten de las lecturas!


    Este artículo representa las opiniones de los autores y no la posición del blog del LSE Media Policy Project, ni de la London School of Economics and Political Science. Imágenes: Office of the Privacy Commissioner of Canada.





Original version
11 key readings on children’s data and privacy online
Originally published on the LSE Media Policy Project blog
By Rishita Nandagiri, Sonia Livingstone y Mariya Stoilova

The almost daily news stories on data privacy and data breaches – including those affecting children – raise urgent questions as everyday activities and actions generate data that are recorded, tracked,  collated, analysed and monetised by a range of actors. Rishita NandagiriSonia Livingstone and Mariya Stoilova discuss their systematic evidence mapping of studies of how children themselves understand their data and privacy online conducted as part of an ICO-funded research.


Often the digital pioneers, children tend to be the canaries in the coalmine of the digital age, encountering risks before many adults are aware of them or able to develop strategies to mitigate or tackle these risks. The Council of Europe’s Recommendation on children’s rights in the digital environment is a noteworthy advance in recognising children’s specific needs in relation to provision, design and regulation, as is the UK ICO’s recent consultation on an age-appropriate design code (our response is available here).
Alan Westin’s classic definition of privacy from his 1967 book Privacy and Freedom still works in today’s digital environment:
‘the claim of individuals, groups, or institutions to determine themselves when, how and to what extent information about them is communicated to others.’
But there has been a good deal of new research on privacy in the digital environment in recent years, including some focusing specifically on children. Here we highlight 11 studies that we have found valuable for insights regarding how children conceptualise privacy, their (often frustrated and resigned) interactions with digital environments as they negotiate privacy, their understandings of data, and the role of parents in children’s privacy online.
Privacy online depends on the context

  1. Nissenbaum (2004) stresses that social contexts and context-relative informational norms are essential to privacy, developing the notion of contextual integrity. For our child-rights approach, it valuably sidesteps the popular charge that children (foolishly) either seek or eschew secrecy. Instead, applying privacy as contextual integrity to children’s judgement of what it is appropriate to share within particular contexts or relationship marks an important turn in digital environments where the child’s perspective is easily overlooked. Nissenbaum’s work influences our own conceptualisation of children’s privacy online.
  2. Kumar et al. (2017) build on the contextual integrity approach, showing empirically that children value their privacy and expect a degree of privacy online, in ways which mirror their experiences offline. Children demonstrated a limited but reasonable understanding of privacy online, but younger children (5-7 years old) have key knowledge gaps. As long known by child development theories, privacy is crucial for development. These new findings show how children’s digital literacies develop with learning and exposure, but still require scaffolding efforts by parents and carers.
Child development matters in digital environments
  1. Chaudron et al. (2018) conducted a study across 21 countries in Europe, exploring how children under eight engage with digital technologies. Children’s first contact with digital technologies and screens begins at an early age (below two years old), often through their parents’ devices. Children learn to interact with digital devices by observing the behaviour of adults and older children, or when invited to share family social media accounts, also developing their skills through trial and error. Nonetheless, such young children did not have clear understanding of privacy, or how to protect it.
  2. Livingstone (2014) identifies privacy as a core element of social media literacy, developing as part of children’s wider cognitive and social development. At around 9- to 11-years old, children’s sharing of personal data is guided by parents, but by 11- to 13, children experiment more, enjoying ‘risky opportunities’ and learning how to make decisions about online trust, as well as the consequences of wrong decisions. By 14-to 16-years old, children become critical of their earlier sharing practices, more independent of parental and teacher mediation, more aware of the consequences of online behaviour and more knowledgeable about navigating platforms, audiences and privacy settings to create the desired balance of public and private.
Children’s conceptions of privacy centre on interpersonal relations

  1. Marwick and boyd (2014) argue that teenagers’ practices in networked publics are shaped by their interpretation of the social situation, their attitudes to privacy and publicity, their ability to navigate the technological and social environment and their development of strategies to achieve their privacy goals. In interpersonal situations, teenagers think more of what information to protect than what to disclose, with disclosure seen as part of a trade-off in which they may gain something – a new connection or a way to signal trust. For teenagers, privacy is understood in context – who is present, what is socially appropriate, their aim being less a matter of ‘hiding’ and more about asserting control.
  2. Steeves and Regan (2014) agree that, for children and young people, privacy is at the heart of forming relationships based on mutuality and trust. By contrast, the online relationships they have with school, marketers, potential employers or law enforcement agencies are instrumental, not recognising or protecting their social (or relational) notions of privacy. Information privacy and data protection policies “fail to capture the continuing importance of privacy after one consents to collection and disclosure… Consent in this case is not consent to an ongoing relationship with an organization but consent to that organization taking and using information for its own purposes” (p.306). Lack of privacy, particularly from parents, educators and employers, is resented by young people and seen as surveillance, and when different audiences collide in the online space, young people are left feeling vulnerable.
  3. Wisniewski (2018) analysed 75 commercial mobile apps on Android Play and found that most feature parental control (monitoring or restriction) rather than active mediation. Many apps, too, are extremely privacy invasive, providing parents granular access to monitor and restrict teenagers’ intimate online interactions with others. Children evaluate the apps much less positively than parents and experience them as restrictive and invasive. Wisniewski challenges the expectation that increased privacy controls will address the risks teenagers are exposed to, arguing that, while restrictive online practices reduce privacy risks, they also reduce the online benefits and do not teach teenagers to protect themselves effectively online.
Children don’t understand fully the ‘datafied’ digital environment
  1. The Norwegian Consumer Council (2018) describes how companies design environments that manipulate users, nudging them towards more privacy-intrusive options through the use of “dark patterns”- a deceptive interface design crafted to trick or nudge users towards sharing more personal data and threatening loss of functionality if more privacy intrusive options are not selected. Such tactics are deliberately designed in order to push users to share more data that they are comfortable sharing, raising serious questions about users’ right to choose.
  2. Kidron and Rudkin (2017) assert that children, navigating different online platforms, may be required to make a number of critical assessments and multiple acts of maturity in order to use a platform or site. Taken together, these call on children to consistently make “good” decisions. Despite children of different ages having different levels of maturity, capacity, and understanding, these chronological developmental differences are rarely reflected in online services. Some technological norms and interfaces prove especially problematic – “reward loops” or “priming”, for example, may disrupt or distract them for other tasks or activities or provoke anxiety for children seeking affirmation. Hence, digital environments should be designed taking childhood milestones into account.
  1. Selwyn and Pangrazio (2018) observe that data gathering occurs without user awareness via 
    real-time tracking across platforms and locations, and is then used to create user identities (profiling), classify users, and filter online content via algorithms. This has been enabled by the rise of social media and smartphone use. Children in their study considered themselves relatively safe on social media, having little awareness of third parties and no objection to being targeted by advertising. However, children were concerned about their online privacy, developing their own “personal data tactics” yet still feeling insufficiently in control of their privacy.
  2. Bowler et al. (2017) explored young people’s (11-18 years old) data literacy as part of the Exploring Data Worlds at the Public Library. Most found it difficult to understand data in concrete, personal terms. Most, too, imagine data as static, held in a single place, though a few described it as spread within a web across digital contexts. Teens had a broad understanding particularly of the start and end of the lifecycle of data, but little knowledge of data flows and infrastructure. While aware of security issues related to social media, they have spent little time thinking more broadly about their digital data traces or the implications for their future selves.
These key readings offer a flavour of the breadth of empirical research currently available on children’s privacy online and related components. Our systematic mapping of evidence (to be published in January 2019) hints how differences among children (developmental, socio-economic, skill-related, and gender- or vulnerability-based) influence their engagement with privacy online. Taken altogether, the findings pose pressing challenges for media literacy education and for data protection regulation. They also show how both kinds of policy response would benefit from greater attention to children’s voices and their heterogeneous experiences, competencies and rights.
Happy reading!
This article gives the views of the authors and does not represent the position of the LSE Media Policy Project blog, nor of the London School of Economics and Political Science. Images credit: Office of the Privacy Commissioner of Canada.